Textos

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¿Huésped o invitado forzado?

Yo, aunque estuviera borracho, no cometería jamás la inconsciencia de cantar ópera a las tres de la mañana.

Trelkovski, en el Quimérico inquilino. Roland Topor.

 

Empiezo este texto con una verdadera quimera por cita (admiro a Topor), además de que a título personal no podría suscribir ese presupuesto ni bajo la euforia que provoca el alcohol, al ser sorprendido en la cocina de una anfitriona mucho más tarde de esa hora sosteniendo a gritos delirantes disquisiciones metafísicas con un queso importado. Un asunto de falta de interlocutor, más que nada, y unas ganas tremendas de compartir mis momentos mágicos. Hey George, i´m the man of rice, i´m a magico. i had  a dream.. . Why you don´t better get a fucking sleep, cantan los hip-hooperos Border Brothers recreando una escena carcelaria. dejar o no dejar dormir a los demás, ésa es la verdadera cuestión metafísica de nuestra atestada convivencia.

El simulacro de democracia en el que vivimos (vulgocracia, como ya predijera Unamuno –autor al que detesto) dota a todo bípedo regularizado (los ilegales se dedican discretamente  a la delincuencia o se portan muy bien para no ser deportados) a adoptar las actitudes que su (in)consciencia mejor le dicte, en aras del pleno ejercicio de la individualidad. soberano derecho muchas veces dictado por la tiranía del alcohol, en el caso del vecino del personaje de la magistral novela de Topor o en el mío con el queso. sin duda, el tema del doble en la historia de la literatura ha sido producto más del exceso en la ingesta de sustancias tóxicas que de la esquizofrenia exacerbada, porque como se suele decir no se bebe para olvidar,  una pena, un amor, un pasado glorioso... sino para no recordar las atrocidades  que hacemos mientras bebemos.

Damos paso a un pequeño comercial: una buena noticia para los impulsivos. acaban de sacar al mercado un celular que se bloquea automáticamente al detectar un aliento excesivamente alcohólico, entre otras aplicaciones, para cortarle alas a ese muñecón diabólico que todos hospedamos dentro, que se revuelve a la menor distracción y casi siempre a horas intempestivas, con modos que oscilan entre el tono lastimero y el soez, patético en todo caso, para dirigirnos a las ex-parejas. Fundido a negro.

Desde que nacemos todos somos huéspedes. E incluso antes de nacer, ejercemos de huéspedes fortuitos e involuntarios en el vientre de nuestras madres, quizás en un futuro (que ya fue, 1984) la tecnología evite esta hospitalidad forzada, que suele causar horribles estrías en el vientre y retroceso de apetito sexual hogareño en el varón, para asegurar la reproducción y multiplicación de seres humanos fuera del útero materno. aunque madre sólo hay una, y ésa, a pesar del contrasentido semántico, es la patria.

 


  

TEXTO

Rubén Bonet

 

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PANIC #1 HUESPEDES


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Huéspedes forzados de la cultura donde nacemos, se derivan  las obligaciones implícitas de esa condición: nacionalidad y pasaporte (los más afortunados), ciertos credos “patrióticos”, una bandera y hasta heredamos los enemigos seculares de esa aberración modernista que es el concepto de nación (cómo explicar sino mi odio natural a los franceses, aunque admire ciertos detalles de su cultura, sobre todo en cuanto a quesos se refiere). rechazar la invitación a formar parte de una nación determinada está considerado como traición. nada hay más peligroso para los estados (y los baluartes del nacionalismo descerebrado) que un renegado o un apátrida. la indiferencia cósmica hacia una determinada ideología es más letal para ellos que la oposición activa y frontal de los enemigos declarados. por eso está peor vista por la clase política la abstención que el voto en contra. Hablo, ejem, de sistemas democráticos plenamente establecidos. Nada que ver con nuestra amada república presidencialista, huésped de piedra de cíclicos mesianismos irredentos.

Aunque hablar de nacionalismos en la era de la globalización  y el nomadismo masivo obligado (migración) o no (exilios más o menos voluntarios) pueda parecer un poco absurdo. ya lo dice Jacques Derrida en su texto Adiós a Lévinas, las actuales leyes para el control de los flujos migratorios y su regularización son un ataque a la idea de hospitalidad, concepto fundamental para la construcción de las culturas, porque supone aceptar al “otro” con todo y diferencias culturales, y lo que yo creo más importante en este tema, aceptar  a esa idea del “otro” en cada uno de nosotros. Derrida de nuevo: todos somos extranjeros en nuestra propia patria porque nuestra estancia en este mundo es inevitablemente pasajera, y si no, que se lo pregunten a una gran mayoría de ciudadanos estadounidenses donde muy pocos terminan sus vidas donde las comenzaron: move or die. Los reductos geográficos de la genética exclusiva se difuminan poco a poco (si los vascos fornicaran más, muy por debajo de la media nacional, el problema “vasco” se terminaría de inmediato), aunque haya espacios utópicos de pureza, a la manera de la aldea de Astérix, absolutamente inviolables  y resistentes a toda evolución. Traten de invitar unas chelas a una güera menonita de Baja California a ver cómo les va.

Tratar de comprender al “otro” siempre comporta  un ejercicio de liberación dogmática, de los propios prejuicios, como relata en una entrevista a propósito de su 80 años y el enésimo viaje a pie por las regiones de España, el escritor catalán  J.M. Espinàs: Todo es cuestión de hacer un esfuerzo. Por ejemplo, cenando en una casa, al acabar su ensalada el hombre cogió (sic) el plato y se lo llevó a los labios para beber el aceite y vinagre que había sobrado. Yo en mi casa nunca lo he hecho pero aquella noche hice lo mismo. Aprender a comer en las mesas de los demás es una forma de aproximarse al otro.
Y así con muchos otros detalles, porque lo que a nosotros nos podría parecer de mal gusto, a esa otra persona, no hacerlo, le podría parecer un derroche, o privarse innecesariamente de un placer elemental. Casi nada, comparado con las costumbres de algunos pueblos árabes de comer elegantemente con las manos el cus-cus de un gran tazón común. gozar de la hospitalidad y convertirse en un buen huésped no es asunto baladí.

Tanto sorbito y delicadeza con el otro, no sé por qué, me ha generado una relación mental inmediata con el amor, y el sexo (debe ser cosa del verano), y a la condición de hospedaje que lleva implícita  toda relación sexual que incluya penetración. La mayoría de los esfuerzos del varón en esta vida están destinados a buscarle casa calentita  (necrófilos y otras variantes quedan exentos de esta categoría) a su apéndice sexual. Toda una odisea doméstica que abarca desde la pubertad a la andropausia.

 


    


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El pene, ese gran desamparado de la historia y perpetuo invitado temporal, compulsivo y espasmódico, con toda esa (des)carga de invitados potenciales que luchan entre sí para poder quedarse dentro de una casa acogedora durante nueve meses (ahí suele terminar el contrato en las ancestrales leyes de la reproducción humana), lucha igual de ruda que tratar de encontrar un departamento razonablemente barato en la condesa. Por eso el glorioso y denostado apéndice debe tener ese aspecto de huérfano inconsolable  (segunda mano en mano) cuando pende míseramente sin entender las voraces leyes del saturado (y cada vez más caro) mercado inmobiliario. Oh, l´amoug... Tan difícil ya conseguir una pareja conveniente como un lugar donde vivir todos (la pareja, el apéndice  en cuestión y todo el aparato bioquímico que lo sustenta). al igual que las legiones de homeless son cada vez más numerosas, los perservativos, las relaciones homosexuales y la masturbación excesiva darán paso a una nueva generación de espermatozoides deprimidos, al no encontrar casa apropiada y así su razón de ser en la realización individual. requiém por ese más de un tercio de “jóvenes” españoles de 35 años que todavía vive en casa paterna. Hijotes, ¿huéspedes atemporales o invitados forzados?

Y la bioquímica, sin saber otra vez por qué, me lleva al concepto de alma (esa abstracción de 22 gramos “comprobados” de peso). que para no confundirnos con liturgias la llamaremos conciencia de sí. ¿Acaso no nos hemos preguntado más de una vez qué hago yo aquí, encapsulado en este cuerpo al que siento no pertenezco? Sobre todo, cuando ese cuerpo no está a la altura estética que exige nuestra pulcra personalidad. ¿Qué hace ese barro, indiscreta lonja, desviado tabique o muela cariada en un ser tan luminoso como YO? ¿ESO que veo en el espejo es el reflejo de MI alma? Huéspedes involuntarios de nuestro caparazón  biomolecular, nos prometen escapar una vez hayamos purgado etapas y pecados en este triste transitar por este mundo para alcanzar la ansiada liberación en cualquier otro. Ni modo, en otra vida será. mientras eso sucede (o no), nuestros días discurren siendo invitados forzosos de nosotros mismos, y a la vez anfitriones del huésped más incómodo (y permanente) que tengamos que soportar: nuestra propia inteligencia.

Be my guest me digo con temerario entusiasmo al verme en el espejo por las mañanas, cuando todo a mi alrededor luce la estética desastrosa de un departamento después de una gran fiesta donde todos se han ido sin recoger.